Un caer incesante

Nada ha cambiado más que mi propia felicidad, los gusanos aun comen a los muertos y el sol aun quema a la débil hierba. Estoy ebrio en dolor, tristeza y por supuesto muerte, las memorias se posan en mi mente y atormentan mi insignificante existencia, en la penumbra he olvidado mi sombra, sin ella el hedor a muerte se intensifica y llena mis pulmones, me he perdido en la nada, en un laberinto recto con un solo camino, tendido en el piso con las palabras en el cuello, ahogado, afligido.
Caigo y golpeo el suelo de un precipicio sin fondo, los gusanos se posan en mis ojos y devoran lentamente mis parpados, las lágrimas no aparecen ni tampoco los gritos de suplicio o bien sean de dolor, mi cuerpo yace en la nada con temor a romper en dos el fino y delicado silencio, si bien ella me viera penando de esta manera no atendería a mis suplicas y menos al llanto, me siento solo y vacío, como si ya mis entrañas hubieran sido extraídas por la mujer de negro, trato de levantar mi cuerpo pero este se flaquea en la nada y caigo. De repente, otro cuerpo golpea el abismo mientras yo levanto la mirada, encuentro sus ojos que ha muerto de inmediato y me siento culpable al saber que pude haber evitado su partida, grito con desesperación y caigo de nuevo en el vacío dentro del vacío, cierro los ojos y la muerte aparece después de ya haber muerto, he terminado siendo la presa de mi presa, me duele profundamente el no sentir dolor.

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