La pena en papel
Desperté en el suelo de una habitación casi vacía, abrazado a una almohada rota. Me duelen los ojos y el resto del cuerpo también. Fingí que era Jueves y me acomodé para ver el techo unas horas más.
Fingí que la carta aplastada por mis costillas no contenían las más
duras palabras que alguna vez pude haber leído. Fingí no haber llorado.
Fingí que el tiempo había pasado por lo menos 3 años, menos un verano y
tres segundos de felicidad. Ignoré la sed, las ganas de ir al baño, ignoré una voz, y otra voz, tal
vez un sueño, tal vez alguna responsabilidad, ignoré también al eructo
que pasaba a dejar sus nauseabundas condolencias. Antes de incorporarme, saludé a una hormiga que se había alejado del
batallón, hace días que la observo, gira, va, viene, tal vez solo
intenta hacerme compañía, no sé. Y siempre una luz viajera entra por la
ventana marcándole el camino, hasta perderla en las grietas de la pared. Salí a la calle despeinado, oliendo a pasado, las ropas sucias y con
manchas de vino en la comisura de los labios. Caminé cuanto pude y un
poco más también. Llegué hasta donde venden los panes con sabor a
flores, un toque especial que le da la señora que gasta fortunas en
botellones de perfume, o no... Pues, ¿Cómo podría saberlo yo? Devoro cada minúscula miga y cada dulce corteza, pienso en la que se ha ido y en la que vendrá. Desato mis pasos a un compás desconocido y voy desentonando con la rotación del día y el extraño mirar y prejuicios que genera mi andar. El sol quema, las ansías me apuran y sin embargo, debo esperar... ¡No,
mentira, a quién quiero engañar! ¿Qué me tienen que importar los
problemas de este tipo, que hace días permanece en el suelo de una casa
que ha declarado formalmente abandonada y que se desangra por quién ya
no puede besar? ¿Quién soy yo para imaginarme su historia, crearle
finales alternativos, dándole esperanzas, destrozando sus sueños, si ni
siquiera es capaz de escuchar mi grito de que ya es hora de levantarse y
me dejé continuar con mi labor? ¡Tengo problemas más graves! Mi hoja
la he perdido, debe estar debajo de toda esa armadura de penas,
aplastada en los charcos de sudor, envuelta en su dolor, marchitada tal
vez, quién sabe, la naturaleza es sabia, si no he nacido para ser poeta por algo será,
tengo fortuna en tomar mi hoja y marchar, solo debo dejar estas tontas
manías de humanos o de seguro, cuando menos lo espere, el invierno me
sorprenderá.